De Kirchner al cristinismo
A poco más de un mes de las elecciones presidenciales, la ausencia de interés empieza a revelarse como un factor distintivo a lo largo y ancho de la Argentina. Hoy, pesan más los condimentos políticos que dejaron los cierres de listas que el fragor ciudadano a la hora de descargar adrenalina por cualquier expectativa electoral.
Cristina Fernández de Kirchner aceleró el perfil propio y le dio a las nóminas una impronta inédita. Arrojó por los aires el mantel típicamente peronista, completó su fórmula con Amado Boudou y salcondimentó todas las provincias con jóvenes y no tan jóvenes imantados por ese gran interrogante que es La Cámpora.
El signo de los tiempos presenta nuevos ítems a la hora del análisis político, y lo que sucede en el peronismo santafesino es una interesante báscula para merituar el aquí y ahora. En el kirchnerismo abrasador que inició el recorrido con Néstor flota una espesa capa de sorpresa, que aún no llega a convertirse en desencanto. La jefa del Estado pareció no conmoverse a la hora del punteo de la nómina de candidatos a diputado nacional ni con el hiperkirchnerista Agustín Rossi.
La tacha K. A la cabeza de la lista figura Omar Perotti, el menos K de los tres precandidatos a gobernador con chances que tuvo la provincia en las primarias, quien, al fin resultó derrotado por el propio Rossi. En Balcarce 50 le pusieron una tacha al hermano del jefe de la bancada, y también diputado, por esas extrañas composiciones de lugar y evaluación de lealtades que examinan entre cuatro paredes impregnadas del más ortodoxo factor pingüino.
Cristina hizo saber en los hechos lo que todos mensuran en la práctica: que la única dueña de los votos es ella. Y procedió en consecuencia. De hecho, la lista tiene sus bemoles: Marcos Cleri, de La Cámpora, tiene como antecedente más visible haber propuesto el nombre de Néstor Kirchner para la calle Córdoba. Sin embargo, al margen del malestar que exuda el justicialismo, la presidenta ha jugado sus cartas, a priori en pos de la consolidación del cristinismo. Si se trata de una apuesta máxima o de una compensación con cargos por la influencia que ejerce la agrupación que supo conducir su hijo Máximo es algo que se dilucidará en breve.
Peor la pasó el gobernador de Buenos Aires, Daniel Scioli, quien debió aceptar en silencio y mansamente que la jefa del Estado le imponga a su candidato a vice. Es Gabriel Mariotto la contracara perfecta del discurso y el estilo contemporizador de Scioli. El número dos del binomio fue y es la punta de lanza en la embestida oficialista contra Clarín y el principal impulsor de la ley de medios, dos temas sobre los que el mandatario bonaerense jamás se expidió. Queda más que claro que Scioli sigue sin ser tomado como alguien de la causa K y, fundamentalmente, que posan sobre él todas las sospechas imaginarias respecto al futuro inmediato.
La jugada de Cristina cayó también como una patada en el hígado de los portentosos barones del conurbano bonaerense, ninguneados a la hora del armado electoral pero utilizados al máximo durante todos estos años para neutralizar cualquier resurgimiento de la oposición. Al abstenerse de hacer uso intensivo de la maquinaria electoral que prodigan los intendentes, la presidenta parece demostrar seguridad en sí misma a la hora de sumar votos. ¿Aceptarán mansamente los caudillos bonaerenses el destino que Cristina les marca o liberarán sus pesadas estructuras para que reposen mansamente en otras ofertas enclavadas en la provincia?
Fórceps opositor. Ciertamente, goza el kirchnerismo de un presente a su merced. La oposición es un manojo de candidaturas que salieron más por fórceps que por imperio de una pulimentada lógica. Para conocer cuál será el destino del poder en la Argentina resultará clave la lectura de los resultados de las elecciones del 14 de agosto.
La convocatoria debería operar como una suerte de interna abierta entre todos los partidos de la oposición que, de ese modo, estarían habilitados a barajar y dar de nuevo atentos al grado de eficiencia que tengan sus propuestas. Podría ser esta herramienta un justificativo de la falta de pragmatismo que tuvieron varios vectores de la centroizquierda cuando las listas se clausuraron. El Frente Amplio Progresista, la UCR, Proyecto Sur y la Coalición Cívica disputarán el voto de un mismo sector de clase media.
La salida de Mauricio Macri del escenario nacional muestra la fotografía de un tablero electoral desbalanceado: no habrá opciones de centroderecha ni en las primarias ni en las generales de octubre. Por ese carril intenta abrevar Eduardo Duhalde, aunque de ahora en más su prédica está encarnada en la necesidad de captar voluntades bonaerenses peronistas poco dispuestas a acompañar al binomio Scioli-Mariotto. También transita por esa línea Elisa Carrió, máxime tras su decisión de llevar al presidente de Confederaciones Rurales Argentinas, Mario Llambías, como primer candidato a diputado nacional.
El prolegómeno del plebiscito nacional al que será sometido el kirchnerismo deberá pasar antes el tamiz de un escarpado cronograma electoral. Los comicios en Misiones y Tierra del Fuego ratificaron el buen momento oficialista en los territorios menos poblados, pero hay luces de alerta en los futuros mojones.
Plano inclinado. La de hoy en Tierra del Fuego (si es que llega con el crucial ballottage) podría ser la última victoria kirchnerista antes del ocaso federal. Los comicios porteños del 10 de julio preven un triunfo de Macri; todas las encuestas en Santa Fe indican que Antonio Bonfatti está cerca de retener la Gobernación para el Frente Progresista el 24 de julio, y en Córdoba no existe la menor chance de que se imponga una fórmula K el 7 de agosto.
Pero al margen de fechas y calendarios, el mayor desafío de unos y otros es levantar el handicap. A veces parece que el oficialismo tiene en su interior al propio adversario. Para su suerte, en la oposición anida el mismo virus inoportuno. l
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